Ángeles González Gamio
El asombro y fascinación que nos causa frecuentemente la ciudad de México se extiende al resto del país cuando visitamos otros lugares que guardan riquezas únicas. Uno de ellos es la península de Baja California que, por su situación geográfica, la han calificado los expertos como isla biológica. El aislamiento evolutivo ha mantenido su flora y fauna separadas del territorio continental por periodos tan largos que el número de especies endémicas en ambos rubros es de los más altos del mundo.
Durante siglos se mantuvo aislada y los habitantes que la poblaron dejaron su huella en impresionantes pinturas rupestres. Muchos años tuvieron que transcurrir después del encuentro de los dos mundos, para que los nuevos pobladores lograran adentrarse a ese territorio, acerca del cual se generaron múltiples leyendas, entre otras, que estaba poblada sólo por mujeres y que era rica en perlas y metales preciosos.
Curioso y de grandes ambiciones, Hernán Cortés envió varias expediciones y él mismo desembarcó ahí en 1535. Muchos otros le siguieron, pero fue hasta 1683 en que el jesuita Eusebio Francisco Kino estableció una misión en Loreto, que se inició la entrada definitiva.
La historia de la conquista material y espiritual de la península es como una película de aventuras. Para lograrla, en esas tierras inhóspitas, abruptas, con indígenas hostiles, fueron fundamentales las misiones que establecieron los franciscanos, los jesuitas y los dominicos, a lo largo de dos siglos .
De ello nos habla el libro El Camino Real y las Misiones de la Península de Baja California, auténtica joya bibliográfica que es una coedición de la Fundación Manuel Arango, AC y el Instituto Nacional de Antropología e Historia. La introducción al camino de las misiones está escrito por el notable historiador y humanista Miguel León Portilla, quien ha trabajado amorosamente durante décadas la historia de la península. Sobre su rica biodiversidad habla el doctor Exequiel Ezcurra. Acerca de los primeros habitantes, escribe Enrique Hambleton; la crónica de las tres órdenes religiosas es obra de la arqueóloga Julia Bendímez y un relato del origen del Camino Real lo escribe Harry W. Crosby. La mayoría de las fotografías son de Edward W. Vernon. La excelente coordinación editorial estuvo a cargo de Mónica del Villar K., y la editorial, de Martín J. García-Urtiaga.
Esta original publicación en forma de biombo o códice, de cuatro metros de largo, presenta la ruta geográfica e histórica del legendario Camino Real de las misiones de la antigua California. La primera parte brinda el relato de la rúa que unió a las numerosas misiones establecidas y el entorno natural que los rodea. Construido por los misioneros en tierras hostiles de geografía extrema, conforma una historia que comienza en 1683, con la primera misión fundada por los jesuitas, y termina en 1834, cuando los dominicos establecen la última misión en la península.
La segunda parte contiene un espectacular mapa desplegable –de más de 1.80 metros de largo–, con la traza del Camino Real sobre una imagen satelital de la península de Baja California, que permite apreciar sus desiertos, montañas, mares e islas. Asimismo, permite recorrer la península de lado a lado por medio de sus misiones y carreteras y contiene atractivas imágenes, fichas informativas y fotografías sobre las 36 misiones.
Su lectura nos trajo a la mente la bella y apacible ciudad de La Paz y sus fascinantes alrededores, que hemos conocido guiados por una querida pareja de amigos, el doctor Luis Núñez y Patricia, su compañera de vida, quienes, además, nos han descubierto la gastronomía paceña
, única y exquisita: machaca de burro, venado o de mantarraya, dulce de pitahaya hecho artesanalmente por las mujeres de los ranchos, los orejones de mango, el queso de apoyo
, los tacos de marisco rebozado, la panocha de gajo, los ostiones piedra y unas tortillas de harina inigualables. Urge un viajecito ¿no cree usted?
No hay comentarios:
Publicar un comentario