REVISTA DE POR ACÁ

Con el objetivo de mostrar la cultura regional en todos sus aspectos, apareció en su segunda época en 2007, en formato electrónico.

Consúltala en línea aquí.

También la puedes descargar, en formato pdf: volumen 1 y volumen 2.





sábado, 19 de febrero de 2011

Los cazadores fueron muy importantes


Ecoanálisis


Alberto Tapia Landeros*



En el desarrollo de la humanidad como especie cultural, capaz de imaginar y perpetuar signos y símbolos considerados ladrillos de la cultura, hubo una etapa conocida como sociedades “cazadoras recolectoras”. Es decir, cuando el hombre vivía de recolectar semillas, raíces, huevos, miel, frutas, flores y demás alimentos básicos. Pero no dejaba pasar la oportunidad de atrapar una lagartija o ratón que le saliese al paso, y eso era “cazar” en su forma más rudimentaria.

Resulta obvio que aquellos grupos que vivían en la ribera de un río o lago, o en playa de mar, tampoco desaprovechaban la oportunidad de atrapar un “gruñón”, como se le llama en la costa del océano Pacífico al pejerrey del Golfo de California, especies, como otras, que desovan en la playa. Esta práctica cultural no era formalmente “pescar”, sino oportunismo.

No obstante, varios misioneros reportaron que los kumiai costeros desde la hoy Playas de Tijuana y hasta Ensenada, BC, traían redes cortas atadas a la cintura, sin duda para atrapar “gruñones”, particularmente durante primavera y verano. Entonces el nombre genérico de “cazadores recolectores” incluía la pesca, aquella que se hacía ante la oportunidad y seguramente inició a mano limpia. En justicia, el genérico debería ser el de “cazadores pescadores recolectores”.

Sobre todo a partir de la extinción de la megafauna del Pleistoceno, cuando desapareció el mamut, mastodonte, perezoso gigante terrestre, camellos y caballos americanos, antaño fuente de alimento para los primeros humanos que colonizaron este continente. El amerindio se vio obligado a sustituir la carne roja con la de peces y moluscos de playa y ribera, aunque siguió cazando búfalo en la pradera, venado cola blanca en el este; cola negra y bura en el oeste, así como berrendo y borrego cimarrón.

Pero crónicas jesuitas cuentan que esto no era muy frecuente. Por ejemplo, el padre Juan Jacobo Baegert escribió: “Nadie podrá deducir que en California haya buena caza y que, en consecuencia, los californios y sus curas comen carne con frecuencia o, que estén bien provistos de carne de venado. Tan raras veces me he llenado con carne de pájaros o aves en general, como con la del venado o liebres… si se quisiera dar expresamente el encargo a un cazador, como se acostumbra hacer entre nosotros (los misioneros), resultaría un fracaso, porque tendría uno que quedarse en espera del asado desde los Santos Reyes hasta el miércoles de ceniza”.

Baegert, misionero jesuita de origen alemán, también valora la población de borrego cimarrón: “En las cumbres más altas de la sierra que atraviesa California de Sur a Norte, hay animales que son enteramente iguales a nuestros borregos, salvo los cuernos que son muy gruesos, más largos y mucho más encorvados. Cuando se sienten perseguidos, suelen dejarse caer de cabeza sobre estos cuernos desde las cimas más altas, sin sufrir daño alguno”. Más adelante acepta que “No pueden ser muy numerosos (los borregos cimarrones), porque no he visto ninguno, ni nunca la zalea en manos de los indios”, con lo cual se contradice y funda el mito del “super borrego”.

Pero quienes nos antecedieron en estas tierras, sí fueron buenos pescadores. Otro misionero, Fray Luis Sales dejó esta constancia: “Son muy buenos pescadores y algunos abastecen a todo un concurso de parientes. Sólo que tienen la vana observancia de que el pescador no debe comer el pescado que coge porque será desgraciado en el mar; y así, los demás comen todo el pescado y él se contenta con las frutas que le traen sus parientes”, sus parientes recolectores. Esta creencia, parte de su cultura subjetiva e inmaterial, pudo haber tenido algún sustento ambiental que no alcanzamos a percibir los modernos.

Sales aporta también otro testimonio de la importancia del cazador cuando escribe que cazar era tan importante, que aquel que fracasaba en el intento, prefería suicidarse en un despeñadero que regresar a su aldea con las manos vacías.

Si esta creencia hubiese persistido hasta nuestros días, habría muy pocos cazadores. Basta entrar a una tienda departamental para encontrar en venta todos los frutos de la caza, pesca y recolección del pasado, así como la tecnología generada a la fecha. Ahora otros cazan, pescan, recolectan e inventan por encargo nuestro, y afortunadamente no tenemos que esperar meses por el asado como Baegert.

*El autor es profesor-investigador del CICMuseo, UABC.

altapialanderos@gmail.com


Obtenido el 19 de febrero de 2011 de La Crónica.

No hay comentarios: